ENSEÑAR DERECHO
Fabián Corral B.
Fundador y Decano Emérito del Colegio de Jurisprudencia de la USFQ
Fundador y Decano Emérito del Colegio de Jurisprudencia de la USFQ
Por deformación
académica, por alguna dosis de arrogancia, o por genuina convicción, cada grupo profesional cree que la suya es la
actividad principal, de la que depende la sociedad o la vida misma. Sin
embargo, toda profesión, arte u oficio es respetable porque es emprendimiento
humano, y es digno, porque es ejercicio de inteligencia, habilidad y
constancia. Hay matices en el aprendizaje y en el ejercicio de cada uno, y en
esa diversidad está la riqueza de la
sociedad.
1.- El drama de enseñar Derecho.- Explicar el Derecho a
jóvenes que llegan a la universidad con la ilusión de ser políticos,
diplomáticos o profesionales exitosos, es uno de los dramas más interesantes
que un profesor enfrenta, porque implica desentrañar, en un ejercicio de
anatomía de la realidad, la estructura social y sus comportamientos; supone
atreverse con la moral y sus reglas, distinguir las costumbres de las leyes,
separar los prejuicios de las pautas, descubrir las tradiciones que animan a los
usos; exige situar el papel de las ideas, señalar las perversiones que pueden
encerrar las ideologías, puntualizar los límites del poder y las
responsabilidades de los intereses. La
enseñanza universitaria no puede ignorar el hecho de que las leyes regulan y
moldean a las personas, que son seres complejos, difíciles de meterles en los
rigores de una “doma”. Y que son objeto y sujeto de su estudio esos seres
morales con destinos independientes, con proyectos que deben nacer de la
libertad y no del instinto. Desde esa perspectiva, enseñar Derecho es un
atrevimiento que, a veces, al menos a mí, me asusta, ya que es meterse a decir cómo y por qué algo
es delito o conducta deseable; es juzgar y resolver, en el modesto espacio del
aula, algunos grandes temas de la humanidad. Grave empresa esa de emprender
semejante aventura.
2.- El punto de partida de la libertad.- El Derecho, para
algunos, es adversario de la libertad. En ese error se incurre si el enfoque es
superficial, porque, entonces, el ordenamiento jurídico se presenta como una
estructura de limitaciones o sistema de
prohibiciones que coartan la conducta, penalizan algunos actos y organizan las
iniciativas en contra de la voluntad de los sujetos. Sin embargo, vistas las
cosas de otro modo, las reglas jurídicas deberían ser métodos para articular
las libertades, fortalecerlas y
defenderlas del abuso de los otros, perfilando los derechos individuales frente
al poder y generando métodos de protección, sin los cuales la arbitrariedad
será la única razón que “justifique”, o que legitime, los actos administrativos
o las sanciones que, finalmente, son expresión de la voluntad de mando. En el
viejo entendido de los clásicos, la libertad es la libertad bajo la ley, no la
precaria libertad bajo el gobierno. Es la posibilidad de decidir bajo “el poder
sin pasión”, como alguien llamó al Derecho. La verdad es que no hay libertad
sin reglas.
3.- El problema de los límites y el asunto de la venganza.- En el Derecho
Político, los temas centrales pasan por problema de los límites al poder, el de
los límites a la democracia, el del
freno a las inclinaciones totalitarias que encierran los dogmas que inspiran a
las revoluciones. Detrás de evocaciones justicieras, probablemente esté agazapada
alguna dosis sobreviviente de venganza, algún plan de dominación, alguna
consigna para lograr la gratuita
obediencia de los súbditos. Es que uno de los asuntos más complejos que deberá
de enfrentar el profesor, es aquel de contar a sus alumnos que la justicia
comenzó como venganza, y que aquello de “ojo por ojo y diente por diente” fue
el primer esfuerzo civilizador para poner
freno, medida y equivalencia a
aquel sentimiento primitivo que está en el fondo de tantas guerras y de
tanta violencia.
4.- El episodio de los derechos.- Para más de un profesor
será problema el de los derechos individuales, es decir, esas concretas
expresiones de dignidad que tanto estorban a algunos. Eso ocurre si el
académico no alcanza a comprender, o no admite, que los derechos y las
potestades de las personas son anteriores al poder y superiores a la ley, que constituyen el freno moral a la acción de
los gobiernos, y más aún -como alguien dijo- son “indisponibles”, es decir,
irrenunciables por los mismos titulares e intocables incluso por los estamentos
democráticos y por las mayorías legislativas, que no tienen facultad para
atropellarlos al dictar leyes lesivas, ni propiciando actos abusivos, ni
edificando sobre los individuos entelequias colectivas, que son invenciones
para justificar teorías e impulsar grandezas y locuras, en las que los teóricos y
los políticos de todas las latitudes han sido especialmente fértiles. El Derecho como filosofía, y el Derecho como
sistema de normas, son, en último término,
herramientas de los humildes, pero nobles y esenciales derechos
individuales, fundamentales, civiles o como quiera que técnicamente se los
llame, derechos que, además -y esa es una de sus virtudes- son la piedra en la
bota del poder.
El tema, para el
profesor y para el legislador, está en conciliar los derechos subjetivos con
las normas, y en entender que hay un punto de inflexión que separa el Derecho
del abuso, desde el cual se preserva la libertad y se señalan los límites de la
legitimidad del poder y las fronteras
donde comienza la arbitrariedad.
4.- El asunto de la realidad.-
Pecado de los académicos e inclinación de los aprendices es creer
que el mundo se agota entre las paredes del aula, y que fuera de ella
sobrevive intocada la teoría. No se puede ignorar la doctrina, ni debe dejarse
de lado la explicación de los principios inspiradores del ordenamiento legal,
no se puede prescindir de las lecturas y de la investigación, ni se debe
explicar la ley ignorando el Derecho. Esas son las sustancias del aprendizaje.
Pero tampoco es razonable construir paraísos que dan la espalda a la realidad.
Si es así, el alumno sale armado de ilusiones a sufrir el descalabro de ese
mundo ideal cuando pisa el primer juzgado y lee sin entender la primera
sentencia, porque contradice y anula los
principios aprendidos. La lección de la realidad es asignatura indispensable
para que la frustración, el acomodo o el cinismo no perviertan tantas
brillantes carreras, tantas cabezas limpias.
Enseñar Derecho es una
aventura intelectual y moral, un cotidiano homenaje a los derechos y un
testimonio de las libertades. Valió la
pena intentar tal empresa.
Mayo 2012
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