Las palabras del Derecho
LOS NOMBRES DE LA VIOLENCIA MACHISTA
Juan Pablo Aguilar Andrade
Pedro Mir escribió, en su Amén de Mariposas, que al conocer el
asesinato de las hermanas Mirabal pensó que la sociedad establecida había
muerto. No fue tan así, aunque el dictador Trujillo sobrevivió pocos meses a
sus víctimas, la sociedad siguió siendo la sociedad establecida.
No se puede decir que las cosas no
hayan cambiado desde entonces, pero poco más de medio siglo después de su
muerte, Patria, Minerva y María Teresa Mirabal no son el recuerdo de una lucha
victoriosa, sino un símbolo actual para una realidad en la que las mujeres
conviven todavía con el peligro, o simplemente mueren, solo por el hecho de ser
mujeres.
El 25 de noviembre, aniversario del
asesinato de las tres hermanas, es desde 1981 el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer;
un logro, sí, pero también la confesión de que esa violencia sigue estando ahí,
como lo atestigua la presencia de términos que el Derecho recoge, precisamente
porque la realidad niega los valores que con ellos se pretende defender.
Las palabras no solo expresan;
también ocultan o atemperan. No es raro, por eso, que el espacio de lo que ha
venido a llamarse el género sea propicio para largos debates sobre precisiones
terminológicas y lenguajes políticamente correctos.

Aunque no del todo, porque hay al
menos un uso de la palabra género cuyo resultado es un eufemismo que suaviza lo
que merece ser dicho con toda fuerza.
Me refiero a violencia de género,
un término que, para empezar, queda trunco, con la promesa de hacernos conocer
el género de violencia al que se refiere y que al final no aparece por ninguna
parte, porque queda oscurecida ahí donde se la debe mostrar como lo que
verdaderamente es, cruda y descarnada.
Más preciso es, me parece, hablar
de violencia machista. Al hacerlo, el vago e incoloro género adquiere un
contenido concreto, una ideología, si se quiere, que no tiene que ver con el
sexo o el género de los protagonistas, sino con una forma de ver el mundo
basada en el dominio sobre otras personas, a las que se controla, maltrata y
humilla; personas que son vistas no como tales, sino como simples instrumentos
para la satisfacción de otras. La palabra machismo nos dice mucho más sobre el
verdadero contenido de la violencia que, usaré la expresión de Álex Grijelmo, la meliflua y blandurria género.
En este campo, otro motivo de
debates es el término adecuado para designar al asesinato de mujeres por
razones de género: ¿debemos decir femicidio o lo correcto es hablar de
feminicidio?
Ambas palabras son usadas
indistintamente en el lenguaje ordinario y los países que han tipificado el
delito, lo han hecho escogiendo uno u otro término. Nada es seguro en este
campo, como lo atestigua el informe sobre el tema que cierto organismo
internacional tituló con las dos palabras, o el extenso debate en internet del
que solo queda un conjunto de dudas irresueltas.
Ambas palabras se construyen, como
otras similares referidas a los atentados contra la vida, a partir del latín occidere (matar), de donde proviene el
sufijo cidio; y si tomamos en cuenta
que la palabra latina es femina, y no
femin, parecería más adecuado hablar
de feminicidio y no de femicidio.
Esto es lo que hizo la Academia
Española, que al recoger el neologismo por primera vez en 2014, optó por la
primera palabra y dejó de lado la segunda.
La legislación ecuatoriana, sin
embargo, siguiendo el ejemplo de otras, llama femicidio al delito que tipifica
en el artículo 141 del Código Orgánico Integral Penal.
Muchos se sentirán colocados entre
dos lealtades: la Ley y el Diccionario, y probablemente optarán por
descalificar a los legisladores por no ceñirse a los mandatos académicos.
En este caso, sin embargo, no
estamos ante palabras con significado castellano plenamente establecido y cuyo
uso en los textos normativos no es el adecuado. Lo que tenemos ante nosotros es
un neologismo, esto es, una palabra que recién nace y cuyo construcción está a
cargo, en gran parte, de los abogados.
Y será la opción legal la que
prime, entre otras cosas porque la palabra nace en el mundo del Derecho, para
atender necesidades de orden legal y producir efectos jurídicos. Las palabras
técnicas sirven, no por lo mejor o peor construidas que puedan estar, sino en
la medida en que dan solución a los problemas técnicos que buscan solucionar.
Siendo así, aunque uno pueda tener
preferencias o considerar que hay términos mejor o peor construidos, la palabra
que se use puede ser cualquiera, siempre que exista un sentido compartido; y
tratándose de términos legales, ese sentido es el que da la norma, sin importar
cuan feliz haya sido a la hora de inventar la palabra.
En otras palabras, en el Ecuador
los abogados debemos seguir hablando de femicidio, aunque la palabra no
aparezca en el diccionario y aunque la Academia prefiera el término
feminicidio.
Pero nadie se extrañe si,
precisamente como consecuencia de las opciones legislativas y su uso en la
práctica del Derecho, más temprano que tarde las palabras que hoy generan
debate sean “oficialmente” reconocidas como iguales y válidas.
Todo esto, sin embargo, tiene poca
importancia. Lo verdaderamente importante, volvamos al Amén de Mariposas, es que el asesinato no ocupe el lugar del
pensamiento.
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