Las palabras del derecho
EUFEMISMOS DELATORES
Juan Pablo Aguilar Andrade
El pensamiento se refleja en las
palabras, dice Álex Grijelmo.
Podemos ocultarnos tras el lenguaje
políticamente correcto, podemos apegarnos a las formas de expresión que se
ponen de moda o se convierten en socialmente aceptables, pero es imposible
deshacernos de eso que consciente o inconscientemente pensamos y que, tarde o
temprano, nos traiciona y aflora en los textos.
Le pasó, por ejemplo, a quien
redactó el artículo 326 de la Constitución ecuatoriana. A lo largo de dieciséis
párrafos que detallan los principios del Derecho Laboral se rechaza la técnica
de utilizar el género femenino para incluir también al masculino y se habla,
por ejemplo, de personas trabajadoras, o de trabajadores y trabajadoras, empleadores
y empleadoras; pero en el párrafo 7 la mente se rebela y dice lo que realmente
piensa: se garantiza el derecho de asociación de las personas trabajadoras y de
los empleadores, así, en un claro masculino agravado por el contexto, que
muestra la idea de que los trabajadores pueden ser mujeres o varones, pero solo
estos últimos tienen la calidad de empleadores.
Y en el párrafo 16, cuando se habla
de “quienes cumplan actividades de representación”, se podría pensar que se
habla de personas, si no fuera por la explicación final (“aq
uellos que no se
incluyan”), que deja en claro que la palabra quienes se refiere solo a ellos y
no a ellas.
Una buena muestra de lo que no se
quiere decir, pero las palabras revelan, la encontramos en una sentencia que
hace poco generó debate en las redes sociales. La pronunció el 5 de noviembre
de 2013 el Tribunal Segundo de Garantías Penales del Carchi en un caso de mala
práctica médica (causa 04242-2013-0067) que los jueces consideraron que no
había sido probada.
El texto recoge los testimonios de
varios profesionales de la salud que utilizan la palabra producto, para
referirse a un bebé. Producto, dice el diccionario, es la cosa producida; un
ser humano, entonces, jamás podría calificarse como tal, pero cuando la jerga
médica recurre a la expresión busca aliviar (aunque los médicos saben que eso
no es posible), el peso del fracaso siempre presente en la lucha contra la
enfermedad y la muerte.
Los jueces repiten la expresión y,
aunque en un caso llegan a explicar que la palabra producto se usa para
referirse al bebé, se ve que asumen el término como válido.
Ésto, sin embargo, podría quedar
como un ejemplo de la forma en que el ser humano recurre a las palabras para
exorcizar fantasmas y mitigar horrores. Lo más interesante de la sentencia es
el recurso a un eufemismo que, en unos casos, revela aquello que creíamos
excluido de nuestro pensamiento y, en otros, simplemente nos traiciona, poniendo
en evidencia lo que pretendemos ocultar.
Según una médica que testificó en
el caso, la madre cuyo bebé murió luego del parto era una “paciente de color”;
los jueces repitieron la expresión en la sentencia con la naturalidad propia de
quien considera normal utilizarla, entiende a qué se refiere y sabe, además,
que será entendido.
“Persona de color”; apuesto, y esto
es lo verdaderamente grave, que para todos está claro lo que estas palabras
significan, pese a que no nos dicen a qué color se refieren y sugieren la
absurda idea de que existen personas incoloras.
La expresión entró en el
diccionario en 1884 y se mantiene hasta ahora como la que se aplica “a las
personas que no pertenecen a la raza blanca, y más especialmente a los negros y
mulatos”. En este caso, la Academia no nos dice cómo hay que hablar;
simplemente nos informa cómo efectivamente se habla. Y ese cómo efectivamente
se habla muestra la persistencia de una sociedad racista, empeñada en
distinguir sobre la base del color de la piel, calificar o descalificar a seres
humanos a partir de la cromática y preferir, por ejemplo, el “blanco” al
“negro”; por eso, precisamente, la palabra raza sigue usándose, como informa el
diccionario, para referirse a la “casta o calidad del origen o linaje” y no a
la raza humana.
El eufemismo “persona de color”,
como todo eufemismo, pretende encubrir pero, a la larga, delata.
Volvamos al diccionario que define
al eufemismo como la “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y
franca expresión sería dura o malsonante”. Siendo así, cuando decimos persona
de color en lugar de negro o de negra, lo que pensamos en el fondo es que debemos
suavizar lo que nos parece insultante; y nos parece insultante porque
mantenemos la idea de la raza, de las diferencias raciales y, sobre todo, de
las inferioridades raciales.
En este caso, el problema no está
en las palabras sino en la mente de quienes las pronuncian. La pelea no es
contra el diccionario o la Academia, sino contra nuestros usos y nuestras
formas de pensar y expresarnos, que diccionario y Academia no tienen más
remedio que recoger y explicar. Dicho de otro modo, borrar las palabras no
cambia las mentes y tiene la misma falta de lógica de quienes atacan el mensaje
matando al mensajero.
Minuciosa y detallada fue, en
cierto momento, la forma de clasificar personas que se dio en América y cuyo
mejor ejemplo fueron las llamadas pinturas de castas. Hay en ellas palabras que
siguen siendo comunes, como mestizo o mulato, pero otras se han perdido en el
uso cotidiano. Solo un especialista sabe ahora lo que significan, aplicadas a
las personas, las palabras cambujo, barcino o albarazado, o expresiones
pintorescas como salta atrás o tente en el aire; ya nadie habla de ese modo, y
si el diccionario recoge los términos es para entregarnos un dato histórico que
nos permita entender los textos antiguos.
Claro, esto solo significa que
nuestro racismo es menos sofisticado, pero no por ello deja de ser racismo.
Para expulsar las palabras del
diccionario, hay primero que expulsarlas de nuestras cabezas. Y eso solo
ocurrirá cuando los que vengan después de nosotros necesiten un diccionario
para entender lo que en algún momento se llamaba “persona de color”, y sonrían
con indulgencia ante la extraña y pintoresca forma de pensar de sus
antepasados.