SUFRAGIO, COMICIOS, VOTO
Juan Pablo Aguilar Andrade
El próximo domingo
acudiremos a las urnas para cumplir con el ritual periódico de elegir a
nuestros representantes y, en esta ocasión, pronunciarnos sobre una consulta
tan intrascendente, como maliciosa.
Ejercemos con ello
lo que la Constitución denomina derechos políticos y que, dice su artículo 217,
se expresan por medio del sufragio.
Sufragio es tanto
el acto electoral, como el voto de los que en él participan. La etimología
quiere ver en la palabra la combinación del prefijo sub y el verbo romper, que
en latín se decía frangere y dio origen a palabras castellanas como fragmento,
frágil, fracaso y fractura; ésto porque en la antigüedad se recurría, en
algunos casos, a pedazos de vasijas rotas para consignar los votos.
Personalmente me
gusta más la explicación que recuerda las asambleas romanas organizadas
militarmente en centurias; la tropa reunida se pronunciaba golpeando sus armas
contra sus escudos y de ese ruido, de ese fragor, viene sufragio. Claro que
fragor es otra palabra derivada de frangere.
De ese
pronunciarse por algo, o por alguien, vienen otras acepciones de sufragio que
tienen que ver con la idea de favorecer o apoyar y, de ahí, aquello que se hace
por los difuntos, como las misas que se dan en sufragio de sus almas; las
indulgencias, dice el canon 994 del Código de Derecho Canónico, pueden
beneficiar a quien las recibe, pero también aplicarse “por los difuntos, a
manera de sufragio”.
Todos estos
significados aparecían ya en 1739 en el Diccionario
de Autoridades, si bien éste anotaba que la palabra casi no era empleada en
el sentido de votar; es fácil adivinar por qué.
De sufragio viene
sufragar, que sin duda como consecuencia de lo anterior se refería en un inicio
tan solo a la acción de ayudar o favorecer. Fue en América donde el verbo
empezó a aplicarse como sinónimo de votar; recién en 1992 se lo aceptó como
americanismo en el Diccionario de la Academia.
En el segundo tomo
del Diccionario de Autoridades,
publicado en 1729, se hablaba de otra palabra por entonces poco usada: comicio,
que se definía como junta “o congresso de personas señaladas para algún fin”.
Y como una palabra
histórica se referían a ella los primeros diccionarios, que empezaron a
escribirla en plural (comicios) definiéndola como la “junta que tenían los
romanos para tratar los negocios públicos”. En latín, comitium era el lugar
donde se reunía el pueblo, el lugar al que se iba (ire) en grupo (com significaba
juntamente).
Fue en 1884 cuando
se incorporó la acepción “reuniones y actos electorales" y solo la última
edición del Diccionario de la Academia (2001) utiliza el término para referirse
a las “elecciones para designar cargos políticos”.
Es éste el sentido
que da a la palabra nuestra ley electoral, el denominado Código de la
Democracia, que se refiere a los comicios de carácter nacional y al día de los
comicios.
Ese día se vota, y
la palabra voto tiene también origen latino; votum era la promesa que se hacía
a los dioses, el ruego y el deseo que se expresaba ante ellos. De ahí proviene
el significado de voto como querer de alguien, expresado ante un grupo;
“parecer o dictamen explicado en una congregación o junta”, dice el
Diccionario.
El voto es, sin
duda, la expresión de un deseo, pero de un deseo teñido de la incertidumbre que
expresa la copla popular recogida por Juan León Mera:
Pescador,
echa el anzuelo
Sin
saber qué ha de salir:
Así
el pueblo echa su voto
Presidente
al elegir.